Crónica de @JaviGCarballal
Fotografías de Alejandro Poblador

El pasado jueves día 10, como hemos venido informando a lo largo de las últimas semanas, actuaban en la popular sala Caracol de Madrid los míticos Tokyo Blade, la banda británica de heavy metal melódico, como ellos mismos se definen (ver entrevista aquí).

Metal Korner estuvo allí para contaros lo que sucedió y, pese a que pudimos disfrutar de un puñado de buenas canciones, no todo fue positivo durante la noche. Porque algo falla inexcusablemente cuando un jueves de finales del verano, en un concierto de una banda clásica, apenas hay setenta personas de público. Vale que Tokyo Blade nunca han sido una banda top de primerísimo nivel, pero durante los ochenta, esos años que tantos rockeros reivindican no sin razón como los de la explosión del mejor hard rock y heavy metal de la historia, tuvieron un sitio importante en el mundo de la música. No sabemos si el motivo es que el público más joven se decanta por el metal más extremo, o si los dieciocho euros de la entrada anticipada (veinticinco en taquilla) suponen demasiada pasta tal como están las cosas pero, en definitiva, una pena encontrarse ante un ambiente tan desolado en lo que debió ser una gran fiesta del rock.

Alrededor de las 20:30 se abría el telón y aparecían los madrileños Arkania ante apenas veinte espectadores. Eso debe dejar frío a cualquiera, pero los chicos supieron mantener la compostura y dieron mucho de lo que llevan dentro en un show de alrededor de tres cuartos de hora, que para los más fanáticos de la banda seguro que supo a poco. Con una puesta en escena más que correcta y unos músicos que se mueven con mucha profesionalidad sobre el escenario, fueron caldeando el ambiente a medida que iba entrando más gente a la sala. Hicieron un repertorio de diez temas, cerrando con uno de sus mayores hits, “Hey Tú”, en una actuación que podemos calificar de correcta dadas las circunstancias. En cualquier caso, se echó de menos a los muchos seguidores que se supone tiene la banda en la capital, y más teniendo en cuenta que Caracol es una de las mejores salas de Madrid para ver conciertos.

Una hora después, pasadas las 21:30, salían a escena los británicos armados de alguna que otra cerveza, una de sus mayores aficiones teniendo en cuenta que tanto en las fotos que fueron colgando a lo largo del día en sus redes sociales, como en la previa al concierto en los alrededores de la sala, siempre aparecían bien acompañados de la bebida rubia.


Liderados por el más joven del grupo, el cantante Chris Gillen, trataron de convertir lo que parecía más un ensayo con (poco) público que otra cosa, en un gran concierto. Y en lo que de ellos dependía, lo lograron. Otra cosa es que a la hora de corear sus temas o acompañar con las palmas, poco pueden hacer unas pocas decenas de fans, por mucho empeño que se ponga. No obstante, me quedo con la entrega y el buen rollo que transmitieron pese a la situación desoladora que hemos comentado, y es que no hay que olvidar que en tiempos no tan lejanos esta gente ha tocado ante miles de personas. John Wiggins y Andy Boulton (este último con sombrero de cawboy incluido) a las guitarras, Andy Wrighton al bajo y Steve Pierce a la batería completaron la formación que visitó Madrid esta noche de septiembre.

 

Arrancaron con Someone to Love, tema que abría su disco Night of the Blade, allá por 1985 nada menos. A continuación y sin un segundo de respiro siguieron Death on Main Street y la archiconocida Break the Chains, con una tonalidad algo diferente a la versión original (el tema data de 1983, aunque se remasterizó en 1997 para su reedición).

Continuaron con Dead of the Night, Forged in Hell´s Fire, Always, Lighning Strikes y Mean Streak con el escaso público entregado, los fotógrafos en la primera fila trabajando a sus anchas, y la banda manteniendo la intensidad a pesar de los años, que pesan para todos y si no que se lo digan a Mr. Wiggins que en la parte final del concierto interpretó uno de los temas sentado en la plataforma de la batería.

Steve arrancó los mayores aplausos hasta el momento con un solo de batería que acabó enlazando, después de que se le uniera Andy al el bajo, con Love Struck, tema que cerró el otro Andy con un solo de guitarra y que terminó con una versión corta de The Trooper de Iron Maiden, nuevamente con la banda al completo.

A partir de ahí entramos en la recta final del concierto con una serie de clásicos como Sunrise in Tokyo, Night of the Blade y Midnight Rendezvous, para finalizar con el más popular If Heaven is Hell.

La banda salió del escenario y tras unos breves momentos volvió para ofrecer como único bis una muy aceptable versión del himno Long Live Rock and Roll, con la que se despidieron definitivamente del público.

 

A modo de resumen, fuimos testigos de un concierto correcto en un ambiente frío, con músicos veteranos que pese a haber vivido momentos mucho mejores a lo largo de su carrera se mantienen dignamente, pero una vez más nos queda la sensación de que el show business de este país tiene que replantearse algunas cosas, porque no son de recibo ni se pueden sostener económicamente conciertos con bandas de calidad en los que la afluencia de público no llega ni al centenar de personas.