Algo tienen los regresos, sobre todo en el mundo de la música, que dispara la demanda por parte de los seguidores que un artista pueda tener. No es ya que deba mantener lo que lo hizo encumbrarse, sino que sus incondicionales esperan más y mejor, lo mismo pero con añadidos, una suerte de arreglo para aquello que no está roto. Esto explica, en parte, el lleno absoluto de la sala Penélope el pasado sábado 19 de marzo cuando tuvo lugar el concierto de regreso de Hora Zulu a los escenarios de Madrid: todo el mundo quería ver y disfrutar a estos artistas, comprobar que el parón artístico del que venían no había hecho mella en ellos.
Quizá fuera la situación en segunda fila o que todo el mundo quería llegar al escenario a la vez, pero cinco minutos antes de la actuación la sala se parecía mucho a la hora punta, abarrotada hasta el último rincón. Al primer acorde del concierto comenzó la respuesta del respetable, que ya se atrevía a corear, gritar y empezaba a moverse como si estuviera despertando poco a poco.
De luto riguroso –camiseta negra y pantalón oscuro- salieron todos al escenario, iniciando un recital que se convertiría en el principio de “Que baje un rayo y me parta”, interpretado por un Aitor Velázquez que se movía por el escenario lo justo para llegar a todo el mundo y sentirse como en casa sobre las tablas. De tema en tema, acabaron repasando lo mejor de su discografía, cada canción que les da nombre y fama, y hasta los nuevos temas, que a algunos les sonaban menos, salieron a relucir y recibieron aplausos y coros como los que más.
Después de tanta espera, cabe decir que este “tiempo de reflexión” les ha sentado de maravilla para volver a los escenarios cargados de energía, encendiendo la chispa que sus seguidores, incondicionales o no, se han negado a dejar morir y que ahora arde con renovadas energías.
“¿Para cuándo el siguiente?”, creo que nos preguntamos muchos.