La emoción era visible en las caras de los allí congregados, en el bulle-bulle en las sillas, a pesar de que no te podías levantar para ir a la barra, sino levantar la mano y esperar a un camarero, y había que dar buchitos a la bebida y subirse la mascarilla al momento. Medidas todas que eran repetidas en la puerta a cada espectador o grupo. Tiempos convulsos estos, de frotarse gel tras entregar la entrada. Por ello, es tan de agradecer la valentía de salas como Sala X en empezar a programar de nuevo, en medio de cancelaciones, readaptaciones de horarios y formatos, e incertidumbre general.

 

Comienzo épico de SILVERANTO (¿ya no se usa la palabra “telonero”?), con música orquestal sintetizada, como si fuera la Champions League, entrando uno a uno a escena, en la semipenumbra del humo y la luz azul, con la solemnidad propia de un estadio con 50.000 personas chillando. Los 60 y tantos de la sala, con el culo en el plástico, procuraron llenar tanto como un estadio, y desde el principio brindaron a los músicos todo su calor. Se notaba la presencia de familiares y amigos.

 


J.F. Kubero, guitarra rítmica y cantante, comenzó a cantar No Money, unida a On the road, pleno de actitud en el centro del escenario, causando al que esto escribe una extraña sensación de video-clip, pues utilizaba un micro de teleoperador, inalámbrico, al estilo de Madonna. Al principio desconcierta un tanto, porque durante unos raros segundos parece un playback, sobre todo cuando la media melena cubre en gran parte el invento. Gafas negras. Pañuelo en la frente; otro colgando, con calaveras, del cinturón. Camisetas sin mangas. Tatuajes, pantalón elástico con rotos paralelos. O sea: es un póster de la revista Heavy Rock, o la Metal Hammer de 1987. No le falta un perejil al out-fit retro. Este grupo creado en 2016, y que actualmente está grabando disco (con mezcla del formidable Leo Peña) canta en inglés, y no oculta lo más mínimo su vocación revival de homenaje a la estética glam-rock o, como decíamos en el barrio, “heavy pastelero”, para referirnos al rock con distorsión cañera pero con melodías melosas de amor y tristeza. Es decir, Bon Jovi, Poison, Kiss…

 

El sonido es muy potente en agudos y graves sobre todo en la batería (caja seca, noventera), el bajo disuelve piedras del riñón, aunque las guitarras más perdidas en tonos medios y graves, un poco chicharras. Esas pastillas de la SG y la Les Paul son muy agresivas, es difícil ecualizarlas para que no se coman todo, y a veces ocurre el efecto inverso, como en este caso. La voz principal algo fuera de plano, muy alta. La guitarra solista, al pisar el booster para los solos, gana en calidad. Los estribillos, con respuestas «bullangueras» al unísono, y los agudos chillones como remate a veces, muy Motley Crüe y de glam rock. El heavy vintage –valga la redundancia– parece que asume con felicidad ¡y bien que hace! ser una parodia/homenaje a un género y una época muy concreta, con todos sus tópicos cumplidos. Como para un rapero meterse con otro en una lucha de egos, o decir palabrotas.

 

Tal vez servidor se hace mayor (valga la rima), pero el volumen parecía excesivo para la ocupación de la sala. Observo que en la máquina de vending, entre cacahuetes y Kik-Kats, venden tapones para los oídos. Todo solucionado.

 

El cantante da un breve discurso sobre qué alegría actuar, nos han cancelado varias veces, etc. Luego otro speech, vagamente feminista, para presentar Tears have gone, que empieza muy Bon Jovi; de hecho, el tipo de inflexión, intervalo y pequeño ronquido vocal es clavado. Y las segundas voces, en el puente al estribillo, parecen interpretadas por Richie Sambora. La épica de los sentimientos exacerbados: cara de malote para decir “te quiero».

 

La líneas de bajo interpretadas por Enrike Rodríguez (se conoce que con una “k” eres más duro) son muy básicas, también siguiendo fielmente el género: bajo cumplidor que no reste protagonismo a la melodía del cantante, o al solo de guitarra. Era Rodríguez el único con un look 2021, como para actuar en un festival indie.

 

Sorprende escuchar un estribillo pasmosamente clónico del de Paradise City de Guns and Roses. Es su canción How Long. En armonía, e incluso en el tipo de barrido del solista, y el uso del auto-wah. Le añaden el cambio de tono para repetir estribillo, también tan ochentero. 

Empiezan a despedirse con Can’t stop Rock’n’Roll, adelanto de su próximo disco y futuro single. Himno, berreado al unísono, repetidamente, de amor al rock como forma de vida, al estilo de tantos de AC/DC, o el Rockin’ in a free world de Neil Young. Con su doble golpe de caja en la batería al final, como mandan los cánones.

 

Una propina, que no estaba apuntada en el set-list que manejan en el escenario, es un humilde homenaje a los grandes Judas Priest: Livin’ After Midnight. Los falsetes de Kubero, de impecable técnica vocal, no tienen nada que envidiar a los de Rob Halford. Nos deja SILVERANTO -y es lo mejor que se puede decir al terminar un directo- con ganas de más. Y de montar en moto y tatuarnos, o a lo mejor eso es por la crisis de la cuarenta, no sé.

 

Set-list

No money
On the road
Let me
How long
Tears have gone
The girl
Can’t stop Rock ‘n’ Roll
Livin After Midnight

 

 



Por confusiones en la comunicación, esperaba un semi-acústico y me he encontrado el más cañero, el más estruendoso de los eléctricos. Fortu a tope de chillido ronco y retro-heavy. Formato de cuarteto, sólo una guitarra (con mejor sonido que SILVERANTO, para mi gusto), es decir, trío con cantante, como acostumbran.

 

Abren los veteranos OBÚS con No me lo digas más. Fortu luciendo una camiseta del propio grupo, y con ese aspecto de señor simpático y un poco pesado del bar de tu barrio, que te explica por qué los políticos lo hacen mal, y te coge del brazo. Pero con una técnica de falsete ronco que, unida a esta ecualización con la voz por encima, hace que te salten los tímpanos. Al final de un tema hizo el molinillo (con mucha precaución) con el cable y el micro, a lo Roger Daltrey. Por suerte, ningún ojo morado que lamentar.

 

El formato de trío instrumental funciona a la perfección, dando más protagonismo a los solos, al estar recortados contra el simple fondo de bajo y batería. No se echa en falta la segunda guitarra para nada en las estrofas, pues la guitarra tiene un sonido espeso que envuelve todo.

 

El público estaba deseando ver a OBÚS, y coreó la salida de Fortu, cantando estribillos (como en Necesito más o Te visitará la muerte), dando palmas a la mínima ocasión. Edades variopintas entre el público, con sus chaquetas vaqueras sin mangas atiborradas de parches. Paco Laguna tocaba, por cierto, con mascarilla (negra, of course) y Fortu, cuando se acercaba a él para darle un beso, durante algunos solos, y abrazarse, se ponía también una de las quirúrgicas azules, que llevaba en el bolsillo.

 

La gente del público le increpa, con afecto, en un parón que hace; hay un típico heckler, que puso nervioso al personal de la sala. Pero Fortu lo lleva muy bien, con buen rollo y mesura. El guitarrista hace unos acordes vagamente folclóricos y Fortu dice:»estamos en Sevilla, creía que ibas a hacer un fandanguillo» (confundiéndose con Cádiz). Público: «¡No tienes huevos, no tienes huevos!» Y sigue un rato de cháchara, mientras le traen la cerveza. Uno del público le ofrece una guitarra eléctrica hinchable, y dice «mira, me la llevo para mi nieta«. «Dicen aquí: mira el Fortu, que se parece a Carmen de Mairena. Enséñanos las tetas«. Aplausos. Alta puntuación en stand-up comedy. El rock y la épica cotidiana de los abuelos, y de la conversación de peña de barrio. Hay cosas que no hay que añorar, como a Ozzy mordiendo una rata, o que el cantante vomite sobre las groupies de primera fila.

 

Largo medley con Dinero dinero, pidiendo palmas, posando, con un largo sostenido de acorde que se repite y se repite y batería sin variar.

 

Por fin, un Va a estallar el Obús con toda la sala entregada.

 



Presentación de la banda también muy demorada -podría parecer que quieren hacer tiempo y alargar el metraje del bolo-, con solo del bajista, Luisma, haciendo ¡tapping! Y por supuesto slap y todo lo que los bajistas solamente hacen en las presentaciones (salvo que toquen funky). Look de Duff McKagan, por cierto. Viene un solo, al principio muy jazzero, de Carlos Mirat, el batería, como de jungle mumble, en los tambores. Y luego exhibiciones circenses y chulescas, como tomar un trago de la cerveza sin dejar de tocar. En un momento dado, se pone Fortu a la batería, sin solución de continuidad (ningún silencio), salen unos empleados de la sala y colocan una escalera de mano abierta en medio del escenario, (¡microfonada!), y Mirat sigue haciendo exhibición, tocando los peldaños de la escalera, moviendo su gorro al ritmo de la batería, haciendo que el público participe.

 

Vamos muy bien, con toda la sala arriba, después de dar gracias a las salas que están, con todas las preocupaciones y cumplimientos legales, empezando a programar. Terminan con Sangre de Rock and Roll, también alegato y declaración de amor a un estilo de vida, como habían hecho un rato antes SILVERANTO.

 


Tras salir del escenario, y ante los gritos de ¡Esto es Sevilla, y aquí hay que mamar!, salen de nuevo e invitan a un miembro del público a cantar con ellos: Camarero, whisky con hielo.

 

Salimos de la sala, la mayoría a subirse a sus motos (parecía aquello la puerta de un taller), con la sensación de que el OBÚS sigue estallando con la misma fuerza que hace 40 años.

 

Set-list

No me lo digas más
La raya
Necesito más
El que más
La muerte
Que te jodan
Autopista
Complaciente o cruel
Juego sucio
Pesadilla nuclear
Dinero dinero prepárate

Bis

Whisky con hielo
Vamos muy bien
Sangre de Rock and Roll

Autores:

Redactor

Jesús Beades