Mucho ha llovido desde que el grupo estadounidense 13th Floor Elevators empleara por vez primera el término ‘psicodélico’ en un álbum musical. Lo hicieron en su primer LP, que llevaba por título una frase esclarecedoramente descriptiva respecto a lo que el oyente podría escuchar en él: The Psychedelic Sounds of the 13th Floor Elevators (1966). Más de medio siglo después, el término ‘psicodélico’ vuelve a aparecer en un trabajo enmarcado en un subgénero a priori bastante alejado de la paz y el amor que abrazó y difundió la contracultura hippie.
El álbum es Psychedelic Realms ov Hell, sus artífices los floridanos WHARFLURCH, y las incógnitas que plantea en torno a las (im)posibilidades a la hora de combinar psicodelia y música extrema son muchas y muy variadas.
En lo plástico, el primer álbum de WHARFLURCH es notablemente deudor de la iconografía psicodélica original, que perfiló, entre otros recursos, el uso de tipografías lobulares, la potencia y variedad cromática, y la organicidad y dinamismo de las formas (vid. Rodríguez Clavo, 2013). Siguiendo tales parámetros, la portada de Psychedelic Realms ov Hell se nos presenta teñida de vivos colores y plagada por un sinfín de figuras bulbosas y serpenteantes, tendiendo a un horror vacui al que fueron igualmente proclives álbumes insignia del rock psicodélico como el Disraeli Gears (1966) de Cream o el Odessey and Oracle (1968) de The Zombies. En medio de este hipnótico pastiche visual, varios elementos figurativos introducen al oyente en la propuesta conceptual del álbum que se desplegará a lo largo de sus 6 tracks: un relato en clave sci-fi en torno a la llegada de un hongo extraterrestre a la Tierra y sus alucinógenas consecuencias. De nuevo, a imagen y semejanza del rock psicodélico previo, WHARFLURCH recurre a algo tan icónico de dicho estilo como lo fueron las sustancias psicoactivas. No obstante, ¿Es este envoltorio lisérgico suficiente para definir al lanzamiento, según hace la propia formación, como “psychedelic death metal”? Pongamos el foco en la música.
Echando antes la vista atrás, lo cierto es que los primeros trabajos de WHARFLURCH no delataban una vocación especialmente renovadora respecto a los cánones del death metal. Incluyéndose intempestivamente en los terrenos más cósmicos del subgénero (vid. Blood Incantation, Nucleus, Devoid of Thought, Stargazer et al.), sus lanzamientos iniciales a través de EP’s y splits hacían impredecible el presunto viraje psicodélico que ahora nos ocupa. Sea como fuere, Psychedelic Realms ov Hell es, ante todo, una propuesta sólida. Reúne lo que cualquier asiduo a la música extrema podría esperar de un álbum situado en tales parámetros, añadiendo a la brutalidad inherente al género una nota místico/espacial en la que presumiblemente habríamos de encontrar —más allá de los aspectos formales y conceptuales ya comentados— la faceta psicodélica del álbum. Así, a los segmentos machacones de riffs pegajosos y pegadizos se suman otros más contemplativos en los que la banda, aminorando inteligentemente la velocidad, es capaz de dibujar paisajes sonoros más introspectivos y cercanos a lo que podríamos entender de manera amplia como propio de la experiencia psicodélica. En este sentido, podemos destacar los dos minutos finales del tema que abre el álbum, Celestial Mycelium, en los que un alucinado y luminoso solo de guitarra pone el broche final a la primera parte del trayecto propuesto por WHARFLURCH, así como el pausado y meditabundo fragmento central de Phantasmagorical Fumes. Igualmente interesante resulta el cierre de Abandoning Reality, donde la agresión guitarrera previa acaba por fundirse en un pasaje etéreo cercano a la música ambiental gracias al uso de sintetizadores, de nuevo protagonistas en los últimos momentos del tema homónimo que culmina el LP. Al desvariado cromatismo del álbum que aportan los referidos momentos se suma la ocasional aparición de una voz robótica, presente alternativamente al comienzo o final de algunos tracks que, primero como testigo y luego como sujeto protagonista, aporta información en torno a la historia que vertebra el fúngico relato tejido por WHARFLURCH.
Por lo demás, sorprende que un trabajo tan bien armado en lo conceptual a la par que ambicioso en su pretensión por expandir las fronteras del death metal resulte, en su conjunto, tan normativo. Y es que, sin ánimo de infravalorar la capacidad transformadora que un par de raciones de setas pueden tener en la trayectoria de un grupo, lo que WHARFLURCH propone en Psychedelic Realms ov Hell parece en ocasiones más un alarde estético que un verdadero compromiso con la experimentación inherente a la psicodelia.
Es innegable, como se ha señalado, que el uso de elementos en principio poco frecuentes en el estilo como los sintetizadores resulta hasta cierto punto novedoso, como lo fue en su momento —y estableciendo un paralelismo conscientemente anacrónico— que George Harrison incluyera pasajes con sitar en el precozmente psicodélico Rubber Soul (1965) de The Beatles. Sin embargo, su presencia y usos son limitados, casi ornamentales y meramente accesorios, resultando el producto final en un muy disfrutable álbum de death metal que, desgraciadamente, cae un cierto convencionalismo especialmente flagelante teniendo en cuenta la inspiración psicodélica presente desde su misma concepción y el presumible esfuerzo por la hibridación de géneros.
Algunas de las carencias, desde mi punto de vista, del primer álbum de WHARFLURCH, el hipotético lector de estas líneas podrá tal vez verlas subsanadas en otros lanzamientos a cuya escucha quisiera invitarlo. Hypnagonic Hallucinations de BEDSORE (2020) y el recientemente publicado Degenerations de DISKORD (2021) ofrecen, opuestamente, una aproximación más experimental hacia la música extrema sin tratar necesariamente de identificarse con un estilo cercano a la psicodelia, aunque no por ello alejándose de ella en lo esencial. En el álbum de Bedsore, que abrazaba de forma sagaz cuestiones espirituales pero cercanas en lo temático a la esencia más oscura y pesimista del death-doom, se ofrecen algunos momentos verdaderamente alucinatorios, capaces de evocar tanto la ansiedad y el miedo provocado por un mal viaje como a la paz y sosiego resultante de la enriquecedora experiencia interior. Mientras, el álbum de Diskord, absolutamente impredecible, abrumadoramente técnico y recreativamente delirante, se introduce de manera astuta en el farragoso terreno del aperturismo multiinstrumental, generando un complejo ecosistema en el que sintetizadores, cellos e incluso theremines dan lugar a una atmósfera psicótica con las que las partes más agresivas del álbum de WHARFLURCH solo podrían soñar. Pese a todo, como seguramente alguien haya dicho alguna vez bajo los efectos de la psilocibina, los sueños a veces se hacen realidad. Frente a esta incerteza, lo último que deberíamos hacer es desechar las futuras posibilidades que puede ofrecer una banda como WHARFLURCH, pues, independientemente de haber optado por el juego posmoderno de tomar lo aparente para dejar fuera lo significante o esencial de aquello se recupera, se ha demostrado valiente, inquieta y ambiciosa en este su primer álbum. A fin de cuentas, y terminando con este futurible, lo mejor que podremos obtener del próximo lanzamiento de los estadounidenses será un álbum verdaderamente comprometido en su recuperación de un género clásico, y lo peor, visto lo visto, un muy consistente álbum de death metal.
Track seleccionado: Abandoning Reality.
Nota: 7
Tracklist
Celestial Mycelium (04:47)
Stoned Ape Apocalypse (04:47)
Abandoning Reality (06:59)
Phantasmagorical Fumes (06:15)
Bog Body Boletus (05:13)
Psychedelic Realms ov Hell (06:30)
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