Por Daniel Arcos

 

 

Las ruinas han sido, para muchos y desde hace mucho, una inagotable fuente de fascinación e inspiración. Obviando el tradicional interés suscitado por los vestigios del pasado en el sentido más puramente historiográfico, durante los S. XVIII y XIX teóricos y artistas se vieron especialmente atraídos por el magnetismo de la piedra tallada a la intemperie, por esos restos supervivientes de tiempos remotos engullidos por la naturaleza y maltratados por los elementos. El porqué de dicho interés —o, al menos, del particular interés del autor de las líneas que siguen— fue encapsulado de forma precisa por Denis Diderot al escribir que “todo se disuelve, todo perece, todo pasa, solo el tiempo sigue adelante […] ¿Qué es mi existencia en comparación con estas piedras desmoronadas?” Con unas palabras tan afectadas, el francés ilustraba ese sentimiento trágico que hemos identificado tradicionalmente como propio de un cierto espíritu romántico: la autoconciencia acerca del carácter finito de nuestra existencia y del inexorable paso del tiempo combinada con la fascinación por aquellos que nos precedieron, las maravillas que nos legaron y la perdurabilidad de estas por encima de la de nuestros corruptibles cuerpos.

 

Dicha visión es la que parece vertebrar el primer trabajo de Void Ov Voices: Baalbek (2023, IdeologicOrgan), el proyecto en solitario del mítico vocalista ATTILA CSIHAR. Conceptualmente, CSIHAR propone un viaje tanto espacial como musical hasta las ruinas clásicas de Baalbek (otrora Heliópolis, en Líbano), un complejo santuario que contenía, entre otras construcciones, un monumental templo consagrado a Júpiter. La fascinación del húngaro no se dirige exactamente hacia el propio edificio, de cuyo aspecto original solo restan algunas de sus columnas laterales, sino hacia sus fundamentos, los propios cimientos del templo, constituidos por varios monolitos conocidos ya por los bizantinos como el trilithon, esto es: las tres piedras. Contando con 750 toneladas de peso cada una, se trata de algunas de las piedras más grandes jamás labradas por el hombre, a las que se suman otras tallas de dimensiones similares localizadas en una cantera no muy lejana. De entre las últimas destaca por su posición oblicua la llamada Piedra de la mujer embarazada, o Piedral del sur, que habría estado originalmente destinada a completar el trilithon del templo de Júpiter.

 

Movido por el encanto de las tallas ciclópeas de Baalbek, CSIHAR les consagra su proyecto a través de dos ejes espacio-temporales que se materializan en las dos únicas piezas musicales que lo sostienen a lo largo de sus 48 minutos de duración. El primero de los temas, que lleva por título Noche del 29 de Marzo (en mi 41 cumpleaños) en el Hotel Júpiter en Baalbek contemplando el Triliton del Templo de Júpiter, sitúa a CSIHAR en un momento previo al contacto directo con las piedras, imponiendo a su mirada una distancia física que lo prepara para el encuentro. La pista adquiere en este sentido un tono preliminar, como si se tratara de una suerte de ablución previa al contacto con ese pasado místico que el artista encuentra en las ruinas. La fecha especificada en el título (el propio cumpleaños del artista) acentúa tal sensación y añade un sentido ritualístico al conjunto del álbum. El segundo tema, Durante el día del 30 de marzo, en la cima del monolito más grande jamás creado por el hombre llamado Piedra del Sur constituye la consagración del itinerario. Csihar ha abandonado su habitación de hotel y la insalvable distancia con las rocas para acceder a su superficie. El desplazamiento espacio-temporal —de la noche al día, desde la habitación de hotel hasta la epidermis de la piedra— implica un tercero que atañe a los sentidos y que resulta esencial para la riqueza expresiva de un proyecto grabado in situ: a la vista se suma el tacto, mientras que el “ver” es trascendido por el “estar”.

 

 

En lo musical, el carácter pétreo de las ruinas que inspiran el proyecto impregna de igual manera su sonido. A semejanza del trilithon o la piedra sacrificial que ilustra la portada (pintada hacia 1906 por el artista húngaro Tivadar Kosztka Csontváry, también obsesionado con las ruinas de Baalbek), el álbum levanta un inmenso muro de sonido, pesado, áspero, grave. Sobre este ruido blanco sin apenas variación se alza imponente la voz de CSIHAR, que improvisa una perorata ininteligible. Como un sacerdote que da la espalda a los fieles durante la ceremonia ajeno a la incomprensión de su público sus fraseos se solapan en un loop incesante compuesto de capas y más capas. El resultado está, sin embargo, cargado de matices. Todo lo que escuchamos es una improvisación grabada en tiempo real mientras CSIHAR contempla (para luego habitar) las ruinas, y pese al tratamiento posterior (y escaso) del sonido en el estudio tenemos la sensación como oyentes de que lo encapsulado en las pistas está impregnado de las sensaciones a flor de piel que este experimentó durante su grabación. Al carácter litúrgico que acompaña al álbum tanto en su sonido como en su proceso de producción se suma, además, una pátina de admiración y nostalgia; ese pasado enquistado en las piedras magnetiza a su artífice que, conmovido, se nos retrata como el trasunto contemporáneo de aquel artista desesperado frente a la grandeza de las ruinas antiguas que inmortalizó Füssli. Este cóctel emocional y de géneros —drone, dark ambient, field recording, non-music…— supone, en suma, la cristalización de las inquietudes musicales más vanguardistas del vocalista húngaro, ocasionalmente desplegadas con anterioridad a lo largo de esporádicas colaboraciones con la mítica agrupación estadounidense Sunn O))).

 

Pese a los cerca de 11 años en los que el proyecto ha permanecido en el cajón (remontándose las grabaciones hasta el 2012) Baalbek se constituye como un trabajo inmensamente apreciable. Cargado de experimentación y rico en sus planteamientos musicales y conceptuales, supone un nuevo pilar en el que apoyarse dentro de la miscelánea de estilos y tendencias en los que se enmarca. Para nosotros los oyentes solo queda la amarga espera hasta la llegada de un nuevo lanzamiento tan potente como el que ha ocupado estas líneas, otro eslabón más que enriquezca la difícil empresa iniciada aquí por CSIHAR, que no ha sido otra que la de bordear a través de la música el velo liminal entre el pasado y el presente. Esperemos que no se demore otra década.

 

Nota: 9’5.

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