Domingo por la noche en Barcelona, tercer concierto en tres días. Todavía con la energía del viernes en VOLBEAT y el subidón del sábado viendo a PARKWAY DRIVE en Madrid, tocaba cerrar el fin de semana en el Sant Jordi Club. La sensación ya era especial antes de empezar: sabíamos que lo que venía era grande. Pero aun así, lo que pasó anoche superó cualquier expectativa razonable.

 

La velada arrancó con THE AMITY AFFLICTION y THY ART IS MURDER. Ambas bandas sonaron con fuerza y actitud, pero se notó que el escenario estaba pensado para algo más grande. Mucho equipo tapado, estructuras ya montadas y poco margen para que los teloneros desplegaran algo propio. Cumplieron, calentaron y pusieron el tono, pero todo el mundo en la sala tenía la atención puesta en lo que estaba a punto de ocurrir.

 

Cuando las luces se apagaron, PARKWAY DRIVE no entró desde el escenario, sino desde el fondo de la pista, avanzando lentamente entre el público, rodeados por banderas negras. Fue un inicio ceremonial, casi silencioso, que convirtió la calma previa en una tensión eléctrica. Subieron a un cuadrilátero situado frente al escenario y ahí arrancaron Carrion y Prey, girando sobre la plataforma, mirándonos desde todos los ángulos. Ya desde ese instante quedó claro que esto no era un concierto más.

 

En Glitch entraron los bailarines y apareció el fuego por primera vez. Llamas que subían sincronizadas con el golpe de los riffs, coreografías precisas, visuales que acompañaban sin imponerse. Más adelante, Darker Still iluminó toda la sala con miles de linternas al aire, creando uno de esos momentos que se quedan en la memoria sin necesidad de describirlos demasiado. Al igual que en Cementery Bloom, ese temazo del Reverence que nos hizo corear a los miles de asistentes eso de “All, hail, my”.

 

En Idols and Anchors, Winston emergió de entre la gente. Circle pit a su alrededor, voces más altas que los amplis y una comunión absoluta. Esos segundos fueron pura cercanía, como recordar que detrás de todo el espectáculo sigue habiendo un grupo de cinco personas tocando música para un montón de gente que la siente.

 

Luego llegó el turno del solo de batería, con Ben elevándose y girando sobre sí mismo como si fuera la pieza central de una obra. Y Crushed tuvo uno de los instantes más impactantes de la noche, cuando Winston ascendió lentamente en una plataforma rodeada por fuego. Fue casi teatral, pero lo suficiente natural como para no sentirse artificial.

 

Comparado inevitablemente con Madrid, la banda estuvo igual de entregada y precisa. Sin embargo, el Sant Jordi Club es un recinto más bajo y más cerrado: se notaba calor, densidad, menos aire. Madrid fue más cómodo y dejó que el montaje respirara mejor. Allí el espectáculo se veía más grande; aquí se vivía más cerca. Son dos caras del mismo show, pero la diferencia espacial cambia la sensación. En Barcelona se estaba dentro.

 

Y aun así, da igual la ciudad: PARKWAY DRIVE está en un punto en el que todo tiene sentido. Lo visual, lo musical y lo emocional van juntos. No buscan demostrar nada, lo hacen. Es una banda que ha crecido delante de nosotros y que ahora está traduciendo esa madurez en una puesta en escena que no compite con nadie porque juega en otra dimensión.

 

Decir que ha sido “el concierto del año” parece una frase recurrente esta semana, pero es que lo está siendo. Y venir de ver VOLBEAT el viernes solo hace que este fin de semana se quede grabado en un sitio especial. Son esos momentos que no se pueden repetir a conciencia: pasan, te atraviesan y ya está.

 

Salir del Sant Jordi fue salir con esa mezcla de cansancio, calor y un brillo en los ojos que no da cualquier concierto. Esa sensación de haber estado justo donde había que estar.

Texto por Bea Lawless

Fotografía por Oliver Heras