Por Jesús Beades

 

Lo inefable

En cierto sentido, hacer una reseña de un concierto es un absoluto despropósito, equivalente a describir un olor o un sabor. ¿Cómo describir la primera semana de florecimiento del naranjo en Sevilla? Es una experiencia de intoxicación emocional, que empieza en la pituitaria y pasa por el corazón. O el exacto sabor del guiso de papas con choco de nuestra madre, momento de recapitulación vital que describe muy bien la película Ratatouille. Como si uno fuera su propia muñeca rusa, un juego de espejos se despliega hacia el pasado, ahora desvelado en un golpe de brisa, en un cucharada de caldo, en unos acordes combinados. De eso estamos hablando cuando uno vuelve fascinado de un concierto, experiencia colectiva de desencadenamiento y revelación. Hablar de lo inefable. Lo dice Pablo, el saxofonista de El lobo estepario de Herman Hesse: «hablar sobre música no sirve para nada. Yo soplo mi tubo cada noche y la gente baila». (Nota: puede que la cita no sea literal).

 

Rock sin guitarras

El festival KIMERA SANTA, organizado con toda la osadía (y el éxito de público esperable) un Sábado Santo en Sevilla, contó con DJs, un cantaor flamenco, traperos/reggaetoneros y, aquello que nos ocupa, la actuación de RAMOS DUAL Y YUL NAVARRO. Empezamos ya en un contexto ecléctico, que es el tipo de esdrújulas que los pedantes ponemos cuando no sabemos bien qué decir. Ecléctico, ácido, irónico, excéntrico, superferolítico… ¿Ven lo que ocurre cuando se quiere hablar de lo inefable? Se despeñan los palabrejos decorativos. Pese a esta barrera de impenetrabilidad –término que recuerda a colegio mayor femenino – seguiremos adelante. Empecemos con el cartel.

 

El cartel introduce una breve definición entre paréntesis bajo el nombre del grupo: rock electrónico. Esto ya es provocativo, puesto que el rock puede llevar el apellido que quiera –rockabilly, rock duro, rock industrial, hardrock, hasta rock cristiano– pero el hecho indiscutible es que todos esperamos una guitarra eléctrica al menos, a menudo dos y, en casos de exceso como los IRON MAIDEN, hasta tres. Y el bajo, claro, con quien nadie cuenta. Resulta que en el show de RAMOS DUAL Y YUL NAVARRO no hay ni una guitarra. Ramos sí actúa a veces en formato acústico, con guitarra y lo que surja, pero este espectáculo que hemos visto en la sala Even es el grande y ruidoso, el potente dúo que hace esta música tan singular. Os digo una cosa: dan más caña, son en esencia más rock que muchos chavalitos con pesadas Les Paul parte-espaldas y Marshalls del tamaño de una lavadora industrial. Lo que hacen Ramos y Yul es algo hardcore, desde luego, de gran octanaje.

 

Ramos dual y Yul navarro en Sevilla

 

Ve de una vez al grano, por favor

 

– Pero ¿quieres ir al grano ya y decir qué tipo de música hacen?

 

– ¡Bueno, bueno! ¿se ha notado que eludo la cuestión porque es muy difícil de definir? Vale, vale. Al menos ha quedado claro que soy partidario. Que este cuarentón interesante que les habla, viejuno fan de Iron Maiden, Helloween, Yes, Pink Floyd, Hendrix, Vangelis, Isao Yomita, Charles Mingus, Zappa, Bach, Gesualdo, todos los bluesmen del delta y la música irlandesa, ha encontrado gozo y exaltación en la música de RAMOS DUAL Y YUL NAVARRO. Es más, que ha sentido la necesidad de dejarlo por escrito.

 

– Otra vez te estás escaqueando…

 

¡Está bien! RAMOS DUAL Y YUL NAVARRO hacen una mezcla entre música techno industrial, psicodelia, breakbeat, punk… con letras en español que operan como introducciones líricas, como recitativos en una Pasión, como recordatorio de que aquel aparente caos primordial tiene un sentido humano, un mensaje doliente sobre la vulnerabilidad del corazón, interpretado por Ramos con un toque aflamencado que recuerda quizá a CALIFATO ¾ , pero con esteroides. Jesús de la Rosa subido a una montaña del Tibet. Ramos dirige el caos como chamán de una tribu que se dispone a entrar en trance, poniéndose de pie para llamar a la acción, y canta como el muecín desde el minarete unas saetas sangrientas, unos introitos proféticos antes de sentarse y empezar a tocar la batería. Ramos toca la batería como si tuviera que matar el dolor con cada pulso, arrancar el corazón de las tinieblas en cada bit, como una maquinaria gigante de demolición industrial. Nuestra mirada se queda hipnotizada en un temblor de los platillos hasta que reparamos en Yul.

 

Sacerdotisa del Theremin

YUL NAVARRO toca los sintes, y el theremin Moog con distorsiones; cuando se aproxima a la antena para producir los diferentes tonos, aquella coreografía manual posee una energía sexual turbadora, sobre todo cuando frota la antena arriba y abajo con sus dedos con uñas pintadas de rojo. Ciñendo vestido también rojo que transparenta ropa interior negra –se diría que en homenaje a Stendhal–, y con un sombrero jerezano sobre su cabello negro liso, la imagen de Yul es poderosa. Como sacerdotisa del theremin, conduce los sonidos a oleajes que van desde el candor de Jean-Michel Jarre en Oxygene 4 al bronco repetir del riff de Firestarter de THE PRODIGY, aunque desde luego son evidentes sus influencias de la escena alemana. No podemos dejar de recordar como el disco Pop de U2, desde su desdeñado mainstream, nos abrió a muchos los oídos a la música techno. Nuestra mente divaga, mientras los tímpanos tiemblan casi al límite, entre las manos de Yul, la vibración del sinte pasado por un ampli de válvulas, cuando vuelve la mirada al estrado –altar– donde predica Ramos. Sus eslóganes gritados al unísono con Yul son como de RAGE AGAINST THE MACHINE, pero sumergidos en el Guadalquivir.

 

Cucarachas, sombra y Gracia

El espectáculo que hemos escuchado –pues ya ha terminado, para nuestra tristeza– se llama Arrastramos sombras y es el título del último trabajo de este dúo, anterior al que RAMOS DUAL estrenó en solitario, Nuestra Señora de la Luz. Ha empezado con Cucharas de ego sobre un agujero negro, ha llegado a su cenit con Estamos llenos de gracia y se ha despedido con Somos visita. La sala está llena de aficionados al trap y al flamenco (tan cerca unos de otros ahora gracias a Rosalía) y los gritos de «¡Otra! ¡Otra!» hacen que el dúo interprete una más: Ancá la Conso, con su entrañable sabor utrerano. Les aseguro algo: lo de rock electrónico no era ninguna tontería. Salgo de la sala con la sensación de haber participado en un pogo con música punk o grunge. Casi con agujetas.

 

Y con ganas, por supuesto, de entrar a Thomann a comprarme un theremin.